lunes, 15 de junio de 2015

La siembra del Evangelio

  Marcos 4,26-34 

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.
Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

 
CON HUMILDAD Y CONFIANZA
José Antonio Pagola
A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar.
Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, les anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.
Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como "un grano de mostaza" que germina secretamente en el corazón de las personas.
Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.

Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo.

miércoles, 10 de junio de 2015

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